El anciano bajando entristecido la cabeza le reprochó: Hija, eres mi don más preciado, mi único tesoro, en ti tengo el consuelo y mi alegría, mi empuje y mi descanso y me pides que te convierta en perfume. Este mundo necesita de ti, no puedes desaparecer como la lluvia de invierno.
Padre mío, si tú me conviertes en perfume, yo ofreceré al mundo el poder mágico de imaginar con sólo olerme, vitalidad para la fatiga, placer por la conquista, haré renacer el amor donde me encuentre, seré la inspiración de músicos y poetas, sabré evocar el recuerdo de la persona amada. El viejo rey, guardó un profundo silencio, y tocando a su hija, la revistió de gotas. Ella es el Hada del Perfume.
Esta historia, pequeños amigos, no me la ha contado nadie, mis raíces acunaron a la princesita que sigue por el mundo repartiendo felicidad, recuerdos bonitos y gotitas de alegría. Y todos fueron felices... y colorín colorado, esta historia se ha acabado.